lunes, 9 de marzo de 2009

A fin de dulcificar la dureza de las reivindicaciones profesionales, se adjunta un artículo que comprende viejas memorias de antiguos inspectores o veedores que nos precedieron. Ahí va la primera entrega:

LA GRAN CASA QUE ESTÁ JUNTO AL RÍO.
Con ocasión de mi llegada a este nuevo puesto de trabajo, me fue asignado un despacho longitudinal, una mesa, un ordenador, una estantería y un archivador repleto de papeles. Seguramente todos habéis podido verme de pie, a la puerta del despacho, con el archivador abierto y registrando entre las carpetas de una manera compulsiva, tratando de entender lo que allí había o encontrar algún documento.
Pues bien, entre estos documentos he encontrado una gran variedad: informes profusa, extensa y ampliamente documentados, comunicaciones antiguas y recientes, programaciones, Docs etc., Pero entre todos estos legajos llamó mi atención una carpeta vieja, repleta de papeles manuscritos ante la que mi primera intención fue arrojarlos a la papelera. Sin embargo esa tendencia a revisar todos los papeles y la curiosidad hicieron que la abriera.
Puede comprobar que se trataba de anotaciones que, una mano sin identificar, había realizado hace mucho tiempo, varios siglos diría yo por el tipo de letra, y que de una manera desordenada se encontraban apelotonadas en la carpeta. He dedicado algún tiempo a tratar de ordenar los papeles pero es una tarea ingente y únicamente he traducido y arreglado unos cuantos para darlos a conocer en esta reunión.
No he dado parte de este hallazgo ni al encargado de la Biblioteca, ni a mi Jefe de Distrito, ni al Inspector Jefe, ni a la Directora Provincial (por lo que espero no ser reprendido), pero he considerado que carecían de importancia y que solamente se trataba de unas notas sin mucho sentido y sin apenas ilazón.
Por lo poco que he podido comprender, parece ser que se trata de cartas que algún habitante de algún edificio, que en algún tiempo hubo junto al río, aquí mismo, dirigía a un noble señor, posiblemente su protector, en las que le va contando sus impresiones sobre su azarosa vida. Da la impresión, además, de que han intervenido diferentes manos en la redacción ya que se pueden detectar perfectamente numerosos anacronismos; sin embargo yo me he limitado a respetarlos y a hacerlos algo más legibles. Donde no ha sido posible, me he visto obligado a dejarlo inconcluso.
Si en algún caso se pudiera percibir alguna similitud con nombres, situaciones o lugares actuales, se trataría, sin duda, de una curiosa y extraña coincidencia, ya que el anónimo autor posiblemente redactara sus notas en siglos aúreos, que muy poco tienen que ver con estos.
Os presento este primer documento, denominado mamotreto por el autor y que, como este culto auditorio sabe, era el nombre que recibían unos cuadernos dedicados a realizar anotaciones.


Primer Mamotreto
De cómo confundir un pronombre puede llevarnos a muchas y muy malas consecuencias para el alma y otrosí para el cuerpo.

Pues sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que, sin apenas darme cuenta, viene a dar con mis huesos en este noble lugar que no sabría bien cómo describírselo a voacé. No se trata de un convento, ni de un cenobio ni abadía, como yo creí entender cuando vuestra merced me sugirió amablemente que viniera. Sólo puedo deciros que los habitantes de estos pagos recelan de este lugar, intentan no acercarse mucho y lo denominan La gran casa que está junto al río. Por eso, a partir de ahora, me referiré a ella como La Casa.
Esta Casa, a la que mi triste destino me ha arrastrado, tiene encomendadas por su Majestad muchas e importantes afanes, entre ellos los de vigilancia de toda la mercancía y personas que transitan o atraviesan este célebre río. Por esta razón los gentilhombres que realizan estas industrias vienen a llamarse VEEDORES. Y es a este inquietante lugar al que he llegado, confiado en las palabras de loa que Vuestra Merced refería de aquesta Casa.
Sin embargo, nada más llegar, pude comprobar que el lugar se presentaba asaz peligroso. Un Veedor caminaba con gran dificultad por el largo corredor sujetándose en un apoyo o muleta y lanzando denuestos a diestro y siniestro contra el Veedor Mayor. Preguntele cual era la causa de su andar desigual y afirmome que aquella casa era la responsable. Díjome además que aún otro Veedor se encontraba igualmente imposibilitado de una pierna y que se trataba de algún maligno espíritu que merodeaba por aquestos aposentos y que él había decidido abandonar aquel arte y casa y dedicarse al cultivo de extrañas plantas. Dejóme harto preocupado y temeroso del lugar al que había llegado, aunque no perdí la confianza en los consejos y palabras de Vuestra Merced.
Otro día vime convocado a asamblea con otros veedores y, sin apenas darme cuenta, tuve entre mis manos un manuscrito en el que debía manifestar mi opinión acerca de algún extraño suceso acaecido en otro reino. Dudé, medité y comprobé que sólo podía mostrar mi conformidad o disconformidad, sin hallar otra manera como: quizá, acaso, tal vez a las que usted sabe que soy más aficionado. Al final recontaron los manuscritos y parece ser que el número no se correspondía con las esperanzas de algunos veedores. Me gustaría explicarle a Vuestra Merced el fondo de aquel asunto, pero no creo haberlo comprendido. Parece ser que unos veedores tienen una marca o señal que otros no tienen y dentro de los primeros creo haber entendido que la dicha señal se puede observar más en unos que en otros y que entre los que no muestran la señal unos llevan más tiempo sin mostrarla que otros. Ante este terrible problema solamente recuerdo las palabras que usted me dijo tantas veces del maestro de Rotterdam: unos se complacen en llamarse franciscanos y entre estos hay recoletos, mínimos, observantes, luego otros prefieren ser benedictinos, o bernardos, agustinos…como si, en realidad, fuera poco llamarse cristianos. Yo espero que estos asuntos no vengan a ser impedidores de entendimientos entre los señores veedores.
Algo que no he dicho a Vuestra Merced es que esta Casa se halla gobernada por una mujer, gran novedad en estos tiempos, item más, entre los veedores, también las hay. Todas, debo decirlo, de noble ingenio y agradable porte. Solamente dos de ellas me inquietan especialmente. De manera intermitente pasan por delante de mi cubículo con andar cansino y mirada huidiza. Yo aprovecho para anotar esta circunstancia en mi pergamino. Cuando apenas la arena de la clepsidra ha mermado, vuelven a aparecer, pero esta vez alegres, sonrientes e incluso una de ellas silbando afinadamente, dejando tras de si un extraño olor. Tengo para mí que estas reuniones tienen algo que ver con aquelarres o cosas parecidas.
Para que usted comprenda lo extraño de esta Casa le contaré que en este momento se encuentran, un gran número de veedores, empeñados en una cosa que ellos llaman Plan de Amejoramiento. La finalidad de este artilugio es tratar de saber a qué se dedican los veedores y todos los gentilhombres y notables damas que aquí habitan. ¿Comprende Vuestra Merced lo exótico de esta Casa que no sabe a qué se dedican sus habitantes?.
En otra ocasión contaré a Vuestra Merced cómo me veo obligado a atender requerimientos que variadas damas y caballeros hacen a mi compañero de cubículo, cómo el Bibliotecario Mayor, veedor también, aunque sin marca, nos escudriña con socarrona mirada y farfulla maldades con profunda voz, cómo las damas se hacen notar, por los largos corredores, con su paso firme o con su hábil polémica o con ambas cosas, o cómo, en fin, algún veedor, aficionado a versos y rimas, exhibe una infernal máquina, a la que llama epoz o aipoz de la que afirma salen armoniosos sonidos e imágenes en movimiento. ¡Fíjese Vuestra Merced en qué infernal lugar he venido a caer!.
Para no hacerme demasiado prolijo le referiré el último sucedido en el que me he visto implicado, que me ha creado gran desasosiego y que responde al título que he colocado a este mamotreto. Este fue el terrible suceso:
No ha mucho, acudió para manifestarme sus angustias una noble dama. Debo decir a Vuestra Merced que ella había sido dotada por el Creador con suficientes recursos para poder proporcionar alimento a una larga prole o para proporcionar solaz, como la simple visión podía atestiguar. Trataba la dama de inclinar mi voluntad hacia una petición que yo no estaba decidido a tener en cuenta. Cuando hubo utilizado razones que se dirigían a mi intelecto y comprobó que no surtían efecto, decidió utilizar motivos que influyeran en mi lado más afectivo. Con esta finalidad vino a decirme lo siguiente: Póngame usted la mano en el pecho y dígame si no tengo razón: Ante esta oferta tan sugerente comenzaron a llegar hasta mi mente innumerables preguntas que traslado a Vuestra Merced a la espera de sus sabios consejos:
¿Me pedirán todas las nobles damas lo mismo a partir de este momento? ¿Será uso normal en esta Casa? ¿Qué debo hacer en estas situaciones? ¿La dama confundió el pronombre de manera accidental o premeditada? ¿No cree vuestra Merced que de acceder a estas proposiciones me vería lanzado a una vida de desenfreno que difícilmente podría mantener? ¿Tal vez deba prevalecer la máxima de que el cliente siempre tiene razón?
Muy interesado en sus siempre acertadas respuestas y comprometiéndome a enviarle referencias de esta Casa, me despido de Vuestra Merced y beso sus manos.
Año MD……………

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